El rugido del león dormido
Gabriele Finaldi, Director Adjunto de Conservación e Investigación, 2002-2015
Cuando llegamos al Museo, no había prácticamente ningún programa establecido. Se habían hecho exposiciones ocasionalmente, que procedían de fuera y se recibían en el Museo, o bien eran exposiciones hechas directamente por el director. Nos parecía que era importante una mayor implicación del Cuerpo Facultativo de Conservadores de Museos, que los conservadores pudieran plantear exposiciones y asumir la responsabilidad de dirigir una exposición.
Hubo una especie de excitación en el Museo, un gran entusiasmo, un deseo de hacer cosas novedosas con ambición. Tuvimos una primera duda, o por lo menos yo planteé la duda de que la ampliación en el año 2002 estaba a la vuelta de la esquina, se tenía que inaugurar hacia el 2005 si no me equivoco. Entonces un planteamiento hubiera podido: “Mira, vamos a esperar a tener el espacio de la ampliación, pues habrá un espacio específico para exposición; vamos a esperar a tenerlo y ya vamos planeando el programa expositivo”. Miguel Zugaza no lo vio así, dijo: “No, tenemos que poner en marcha el programa ya, porque el programa de exposición nos sirve para muchas cosas”. Además —esto no lo dijo—, creo que secretamente tenía dudas de que la ampliación estuviera para el año 2005. Os acordáis que también vivimos un cambio de gobierno, por lo que hubo un parón en la construcción, y al final la ampliación se inauguró a finales de 2007.
Entre 2002 y 2007 hubo cinco años de actividad expositiva utilizando el edificio de Villanueva, es decir, usando espacios normalmente ocupados por la colección permanente. Esto implicaba un constante movimiento de obras, un constante cambio de salas. Muchas exposiciones las hicimos en la galería central, que era un espacio absolutamente espectacular. Ahí hicimos la exposición de Tiziano, la de Tintoretto, la del “Palacio del Rey Planeta”, exposición que hicimos en 2005 para celebrar el cuarto centenario del nacimiento de Felipe IV.
Aquello implicaba unos movimientos de obras y unos trabajos logísticos realmente impresionantes. Sinceramente creo que muy pocos museos en el mundo hubieran sido capaces de hacer lo que hicimos en aquellos años. Había un gran deseo en la sociedad de que el Museo del Prado pudiera rugir como el gran león que era. Utilizábamos la imagen del león dormido que tenía que levantarse, despertarse y rugir, y creo que el programa de exposición nos ayudó, porque las exposiciones son un enorme esfuerzo que hace el Museo, implicando a todos los departamentos del mismo. Implica trabajar de una forma integrada y moderna, que requiere mucho contacto con instituciones de fuera, poner en marcha un programa de recaudación de fondos para realizarlo. Requiere también un esfuerzo grande de comunicación, y el programa de exposición nos sirvió como un instrumento para hacer que el Museo diera un gran paso adelante.